Excursión
Llombera--El Corollo    

Rutas  y   Senderismo  

Elaborado por Ricardo Gutiérrez
Fotografías de Miguel, Tino y Ricardo. 
 
 
Directo desde el nido de ametralladoras al Corollo por los habitáculos de la guerra civil:
Tiempos:
Parcial
Acumulado
Llombera 1.240 m.  
0’00 h
Collá Gudina 1.235 m.
30’
0’30 h
Mayaón
15’
0’45 h
Cruz del Monte
17’
1’02 h
Ametralladora y trincheras
10’
1’12 h
Cumbre del Corollo 1.401 m.
25’
1’37 h
Collá Gudina
20’
1'57 h

Llombera
33’
2’30 h
  
Variante desde el nido de ametralladoras rodeando por el sur y oeste hasta la cumbre del Corollo:
Tiempos:
Parcial
Acumulado
Ametralladora y trincheras  
1’12 h
Cruz del Monte
5’
1’17 h
Collado al O de la Cruz 1.312 m
9’
1’26 h
Collado sur del Corollo 1.373 m
10’
1’36 h
Cumbre del Corollo 1.401 m
8’
1’44 h
 

Vista de buena parte de la ruta desde la cima de la Peña El Castro


Tomaremos como punto de salida el crucero de piedra aledaño a la iglesia, donde aprovecharemos para llenar de agua la cantimplora. Emprendemos la marcha por la empinada calle hasta el cruce con otra que toma dirección este, dedicada al natural del pueblo, Benito Gutiérrez Martínez, uno de los fundadores del Sindicato Minero de León y Palencia y posteriormente de UGT en la comarca. Aquí, en el lugar conocido como “El Cepo” se inicia uno de los brazos irregulares de la cruz, que tal parece, cuando se contemplan las construcciones que conforman Llombera desde la cima de la Peña El Castro. La calle, con nula inclinación, se adentra en el barrio de La Cuesta, viendo como los prados de siega se hunden a nuestra derecha.
 

 

Debemos dejar atrás todas las casas y pasar junto a un depósito de agua con un pilón adosado. Es aquí donde debemos prestar atención para encontrar el casi desaparecido camín de Los Gamonales. Para ello seguiremos una treintena de metros por el camino carretero por el que estamos transitando y nos detenemos sobre su borde derecho. Si no descubrimos a la primera el inicio del sendero que desciende en diagonal hacia el E, puede servirnos de referencia para no equivocarnos, fijar la vista en dos altos chopos muy cercanos entre sí y situados en la ladera que desciende desde el margen del camino que venimos siguiendo. Pues bien, hacia esos chopos se dirige el sendero pasando a su vera izquierda después de sortear escobas y zarzas. Una vez dejados atrás, seguimos avanzando diagonalmente en pausado descenso encontrando a tramos restos del sendero. De esta guisa pasaremos muy cerca de una pequeña escombrera de carbón, restos del chamizo que se explotó en tiempos lejanos. Más tarde llegaremos a una zona llana, donde, a pesar de estar cubiertos casi por completo de escobas y espinos, se puede apreciar las tierras que hace años se dedicaron a la siega y mucho antes al cultivo de secano.

 

Estamos en Los Gamonales y al llegar al otro extremo nos topamos con un poste de cemento de un metro y medio de altura, al que en su día se encontraba fijado un madero que sustentaba la antigua línea de traída de luz a Llombera. Hoy en día sólo quedan estos restos que a intervalos regulares se adentran en los praos de Las Llanas y se dirigen al barrio abajo, dónde se ubicaba en esos días el transformador eléctrico.

"Al dejarlo atrás", el sendero desciende de nuevo y ya se divisa cercana la pequeña afloración rocosa que es atravesada de parte a parte por la conocida como La Cueva’l Río.
Desde nuestra posición, la manera más fácil de adentrarse en ella, es dirigirse hacia la parte alta de las rocas, donde, casi oculta por la maleza se abre una pequeña oquedad que obliga a ponerse de cuclillas para traspasarla, aunque inmediatamente el suelo se hunde permitiendo erguir la postura. A dos metros, las paredes tuercen a la derecha bruscamente y se estrechan, dando paso a una sala mucho más amplia que forma la entrada propiamente dicha de la cueva.

Cueva'l Rio
A escasos metros se sitúa la nueva carretera a la mina de Tabliza, que en este tramo sigue fielmente el trazado del antiguo camino al valle Fenar. Llegados a ella, debemos seguirla en ascenso hacia el norte por poco trecho, pues a cincuenta metros nace a la derecha un camín carretero que se dirige a Orzonaga. Nos internamos por él subiendo ligeramente por el tramo conocido como la Cuesta’l Molín.

Ahora el camín tuerce en cerrada curva a la izquierda y escasos minutos después nos topamos a su vera con la cuidada Fuente La Canal, que nace escasa de caudal a ras del suelo. Seguimos adelante entre rebollas que jalonan el camino y si no estamos atentos pasaremos de largo junto a la Cueva’l Melón, situada encima del camino, pero que para poder verla, debemos tornar la mirada atrás una vez superada su ubicación. Resulta no ser más que dos enormes losas de roca que se apoyan mutuamente en su vértice superior, pero aún así, comparte el nombre con un pago y un vallín.



Fuente la Canal


Cueva'l Melón

  Nos vamos acercando a la base norte del Corollo, donde destaca entre las rocosas paredes un corredor de vegetación que, vertical, de arriba abajo, lo separa de la también rocosa Peña La Carba situada a poniente. Este corredor, conocido como la Fuei de las Fayas, es el que vamos a utilizar en el descenso de la cumbre del Corollo, pero que normalmente es usado como ruta principal de subida en el caso de ser nuestra meta únicamente el ascenso a esa cima.



Así, hemos llegado a Collá Gudina (1.235 m) y nos internamos en suave descenso en tierras de Orzonaga, donde pocos metros después aparece a la izquierda un camín carretero convertido ahora en pista que pasaremos de largo. De nuevo a escasos metros
, donde el camino que seguimos tuerce a la izquierda, se inicia una senda amplia que se interna de frente y decididamente en el faedo d'Orzonaga. Es el momento de abandonar el camino y adentrarnos en el bosque siguiendo esta senda. Será este tramo sin duda, uno de los más hermosos de la ruta, ya que el faedo es hermosísimo, espeso, sombrío, húmedo, con el suelo cubierto de un buen manto de hojas, con ejemplares de fayas de gran porte, de múltiples y amedrentadores brazos con retorcidas y fantasmagóricas formas; con un techo cubierto de follaje móvil que deja entrar, a capricho, escasos y furtivos rayos de luz. El ensueño termina cuando la senda se topa de pronto con una empinada ladera sin vegetación. Aquí parece que se quiere bifurcar la senda y para no errar el camino, cogeremos el que sigue a un nivel superior, es decir, el de la derecha. Sin casi rastros de senda, vamos superando la ladera en diagonal para pasar junto a un buen ejemplar de faya que da comienzo a una zona llana conocida como El Mayaón, donde hoy campan por sus respetos las zarzas, espinos y arbustos mil que casi cubre por completo el lugar impidiendo apreciar lo que antaño era una majá (majada) con praos de forraje.
Faedo de Orzonaga
 
Es esta antigua majada, un lugar donde merece la pena detener el paso. Tal parece un remanso de paz inesperado; una balsa plácida de luz que se deja mecer por el abrazo cómplice del bosque que la acuna en su mismo seno. El faedo se abre para que podamos contemplar el hermoso valle de Llaneces que discurre hundido, entre un espeso rebollar en la solana y el faedo que se extiende al abeséo. En esta singular atalaya; en esta amplia terraza abierta al abismo que deja descansar su espalda en la rocosa pared norte del Pico del Águila, podemos disfrutar de una magnífica vista donde destaca sobremanera el Pico Polvoredo, tanto por sus 2.007 m. de altitud como por su blanquísima roca caliza, y que, hacia poniente, hacia nosotros, va inclinando su altivez para acabar besando extasiado las procelosas aguas del Torío en la estrechura de las Hoces de Vegacervera. Mirando más cerca, es una pena que los pliegues del terreno nos oculten en lo profundo del valle, en el recodo más angosto, el emplazamiento de las ruinas de la Ermita de San Mamés. A pesar de ello, afinando la vista, se puede uno aproximar bastante con tan sólo mirar al ENE, muy por debajo de nuestro emplazamiento, donde descubriremos dos pequeños y oscuros montículos que sobresalen a duras penas entre la floresta. Una vez hemos dado con ellos, calculemos 20 metros por debajo de su nivel y 150 metros a la derecha, al ESE, en un recodo umbroso que se cierra en semicírculo en la misma ladera en que nos encontramos.

Después de dejar vagar la imaginación tan libremente, retomaremos la marcha y para ello, nos dirigimos hacia el lado opuesto al que entramos en el Mayaón, y para ello encaminando el paso hacia los primeros ejemplares del bosque, dejando a la derecha serbales o caputres y algún que otro mostajo de amplia copa, tan fáciles de identificar éstos, gracias al marcado contraste entre el verde oscuro de la cara y el gris blanquecino del envés de sus hojas. De nuevo nos envuelve el claro-oscuro del faedo y allí mismo damos con una senda de herradura que se dirige hacia el sur en primera instancia, para poco después, en cerrada curva a la izquierda tornar al este al mismo tiempo que se yergue en moderada ascensión. Casi sin darnos cuenta abandonamos el faedo superándolo en altura y durante unos pocos metros vamos bordeando un pequeño rebollar a nuestra derecha hasta situarnos a 1.245 m de altitud sobre un plácido lomo que da vista ya al valle Fenar, un poco por encima de una collada nombrada en algunos mapas “Collá Tomicón” y en otros “Colláo Cimero”. Este baile de topónimos no debe confundirnos en absoluto pues la ruta no presenta dificultad en este tramo. Tan sólo hemos de tener en cuenta que, una vez superado el faedo y dado vista al valle Fenar, y sin necesidad de pisar esa collada, veremos a nuestra derecha el inicio de una pista por la que nos internaremos que va ganando altura de manera decidida entre rebollas y en clara dirección SSO.
 

Mostajos, Caputres y Fayas en el Mayaón


Cuando la pista muere nos deja sobre una extensa ladera inclinada hacia el sur. Es el momento de atravesarla en dirección oeste sin ganar ni perder altura. Al poco hemos de descubrir -si prestamos un poco de atención- que un poco por debajo del límite del rebollar que nos supera en altura, aparece entre las hierbas una roca blanca de extraño aspecto, ángulos regulares y tamaño escaso. De no estar sobre aviso, posiblemente superáramos su emplazamiento sin percatarnos de ella y así, tal vez no tendríamos conocimiento de la tragedia que quiere recordar, de la concatenación de infortunios de los que da cuenta y los sentimientos de dolor, tristeza, pérdida y añoranza que, imperecederos, están fundidos con la roca misma.
Declarando de antemano la carencia de veracidad inequívoca que permita describir los acontecimientos con absoluta certeza, y al mismo tiempo intentando no herir susceptibilidades por falta de rigor, es por lo que a continuación se da cuenta muy someramente de la “leyenda” que se conserva sobre el particular:

  Un mozo fue testigo involuntario de lo que mejor no hubiera visto y sus protagonistas, asustados por la repercusión que la noticia podría acarrearles, reaccionaron con furia y una casualidad, harto improbable, quiso que su acto irracional a distancia, tuviera como desenlace fatal la muerte del mozo. Allí donde cayó sin vida, se levantó esta cruz en su memoria.
Epitafio de la Cruz del Monte
 
Es la conocida como “La Cruz del Monte”. Un hito imprescindible de la hermosura de estas tierras y la magia que atesoran; de visita obligada para quien pretenda conocer los rincones más singulares de estas montañas; punto de atracción inevitable para quienes gustan de la soledad, del recogimiento interior, de la austera belleza del monte aislado y perdido. Por si ello fuera poco, alcanzar este lugar está lejos de representar dificultad alguna, siguiendo tan sólo las indicaciones señaladas en las líneas precedentes.


Añadir por último y a modo de triste epílogo, el profundo deseo y la emoción contenida que obliga a dar un toque de atención a cuantos acudan a este emblemático lugar siguiendo las indicaciones de esta ruta: No os dejéis llevar por la inconsciencia y la falta de respeto para con esta cruz, que, como podréis todos observar jalonan tristemente su fachada a modo de dos grandes heridas supurantes producidas por proyectiles de rifle. Quisiéramos creer que su autor actuó movido por su irrefrenable deseo de matar a cualquier mamífero o ave que pululara por el lugar y que debido a su lamentable puntería, fue a dar en la cruz. En modo alguno quisiéramos pensar que el verdadero motivo de estas amputaciones en la cruz, se deben a la abulia del mal cazador que no acepta regresar al hogar sin haber disparado tan sólo un tiro, o a la falta de madurez permanente con que algunos vienen al mundo.

Nuestra siguiente meta en la ruta nos llevará al muy cercano en el espacio y lejano en el tiempo “frente de la guerra civil española”, con restos de trincheras abiertas, y un bunker o nido de ametralladoras, así como una línea de habitáculos construidos en piedra y al resguardo de la ladera. Este tramo del frente, en cuando a lo que alcanza nuestro escaso conocimiento en la materia, sigue la línea de marcada dirección este-oeste, desde aquí pasando por la peña El Castro en Llombera y hasta el pico Fontañán sobre la localidad de Nocedo de Gordón, aprovechando las primeras estribaciones de la cordillera Cantábrica.


Marcan un periodo amargo de nuestra historia pero no por ello es de recibo el lamentable estado de abandono en que se encuentra este tramo en concreto, y tal parece que el sentir colectivo los está condenando a su completo olvido, adelantándose a la feraz naturaleza que los cerca implacablemente. Viene a cuento lo anterior, por cuanto en el año 1992 era posible encontrar sin dificultad alguna la trinchera principal que conducía directamente al nido de ametralladoras, algo que en el año 2006 resulta complicado. En aquellos días, desde el nido de ametralladoras se divisaba perfectamente el valle Fenar y ahora, una espesa mata de jóvenes rebollas impide ver más allá de la primera línea de arbustos. Además, la trinchera principal se hundía hasta casi las rodillas y hoy, hay que esforzar mucho la vista y principalmente la imaginación para rastrear por dónde continúa entre tanta rebolla y tanta urz.
Pues bien, la línea cumbrera esconde pegado a sus rocas cimeras y al resguardo del fuego enemigo, una serie de construcciones de escasa entidad que en la actualidad son meras ruinas, pero que podemos suponer, en su día sirvieron para el refugio, el descanso y el resguardo de las inclemencias, y tal vez, para el acopio de víveres, utensilios y material de guerra.
En el mentado año de 1992 era posible pasar por todas ellas en dirección a la cumbre del Corollo, visible bien cerca, sin otra dificultad que andar con tiento entre las rocas sueltas que antaño formaron parte de esos habitáculos. En aquel año eran visibles los restos aún en pie de 8 construcciones y de otras 10 en los que se apreciaba la disposición rectangular, casi cuadrada de las primeras piedras que servían de base a sus muros. Hoy por contra, su tránsito es agobiante y en extremo dificultoso debido al casi impenetrable urzal que lo cubre en su mayor parte y que es ayudado en su función de impedir el paso, por matas abigarradas de jóvenes rebollas. Tras mucho bregar, sudar, y sufrir múltiples arañazos; guiados únicamente por la intuición y el recuerdo, sólo pudimos dar con una de ellas. En su interior, antes libre de vegetación, prosperaban ahora varias rebollas y muchas otras la rodeaban por completo.
Hoy en día, recorrer este tramo resulta absolutamente desaconsejable, mereciendo la pena el sufrimiento que conlleva su tránsito, exclusivamente para quien se sienta poseído por el ansia de conocimiento o quien sufra de la sed imperecedera del explorador incansable, o por aquellos otros que por motivos familiares se vean impelidos a cumplir con el rito de la memoria.

Para el resto, acuciados por el tiempo o cualesquiera otra excusa, existe una variante para poder llegar a la cumbre del Corollo sin padecer los suplicios con los que el tiempo, ayudado por la naturaleza, está dispuesto a obsequiar a quienes cerrilmente no se avienen a dejar sumidos en el olvido los restos de la contienda fraticida.

Primero vamos a intentar hallar el nido de ametralladoras y para ello lo mejor es encontrar alguna de las trincheras que desembocan en ella. Así pues, nos colocaremos mirando al norte desde la ubicación de la Cruz del Monte. Entre el joven rebollar se abre una trocha a modo de cortafuegos por el que nos adentraremos y a escasos metros la pista se divide, debiendo tomar la que sigue de frente, dejando el ramal de la izquierda. Más arriba, muy cerca de la Collá del Arco, de nuevo se divide la pista, debiendo ahora seguir por la que sale a la izquierda en ligera ascensión y pasando de largo el ramal que a la derecha desciende suavemente. Ya estamos sobre la collada que da paso y vista a la amplia Cuencha del Arco que se abre entre la cumbre del Corollo a nuestra izquierda y la del pico del Águila a la derecha y se hunde hacia la fuei del mismo nombre en busca del valle Llaneces. Desde esta posición se ve un lleral (pedregal) hacia el oeste que delata el emplazamiento de las construcciones a las que se hizo mención anteriormente; al igual que el cierre arbustivo que todo lo rodea.

 
Una esquina del nido de ametralladoras

Ahora es el momento de buscar y rebuscar intentando dar con los escasos indicios de la trinchera.
Hace tres quinquenios la trinchera principal cruzaba esta collada en dirección al pico del Águila, pero hoy no queda casi recuerdo de su existencia. A nosotros, asiduos visitantes del lugar, nos resulta harto difícil reconocer los atisbos de su ubicación entre tanta maleza, por lo que optaremos por abandonar la collada para intentar dar con uno de los ramales de la trinchera principal que sea más fácil de localizar. Para ello tornaremos por el cortafuegos exactamente 25 pasos y con mucha atención repararemos en su borde oeste -ahora a nuestra derecha- con lo que parece una estrecha vereda de animales que escasamente se abre entre el urzal. Nos meteremos por ella y nos descubriremos de pronto caminando con mucha dificultad por lo que parece una senda hundida en el terreno. ¡Por fin!. El cortafuegos ha destruido unos metros de la trinchera pero a cambio, y sin que sirva de consuelo, nos permite localizarla más cómodamente. La seguiremos en clara dirección oeste y al cabo de una cincuentena de metros nos situará sorpresivamente en el emplazamiento de una construcción de cemento situada a ras de suelo. Rodeados por un espeso matorral, sin casi poder reconocer el entorno, nos daremos cuenta gracias al recuerdo, que estamos por fin en el punto más importante de las trincheras, el nido de ametralladoras.
Esta pequeña construcción de la guerra civil, conserva únicamente la planta de piedra y cemento hasta el nivel del terreno en que está empotrado, permitiendo ver su forma perfectamente. Hasta un cierto nivel se ha ido depositando tierra en su interior pero sin llegar a colmatarlo. La trinchera principal sale desde la parte norte del nido y se dirige al NNE, pero desaparece poco antes de llegar a la collada ya mencionada, lo que dificulta dar con ella desde allí.
Una esquina del nido de ametralladoras

Como segundo paso, intentaremos llegar hasta alguna de las construcciones de las que repetidamente hemos hablado y para ello lo mejor es situarnos de nuevo en la collá del Arco (1.347 m), desde donde nos dirigiremos hacia el oeste, procurando estar lo más cerca posible de la cresta con ligera tendencia hacia la cuencha del Arco y para ello, debemos adentrarnos en un urzal con ejemplares que superan en altura a una persona. Tras ímprobos esfuerzos para atravesar la maleza, alcanzaremos uno de los dos llerales (pedregales) que aún resisten como lagunas de luz en el mar proceloso y vegetal. Allí, para dar con las construcciones ya mencionadas, debemos subir hasta la parte más alta, donde con mucha suerte toparemos con los restos de alguna de las 18 que se podían visitar sin dificultad alguna hace años.
Como la ruta nos lleva a la cumbre del Corollo, y ésta se divisa perfectamente, cada cual escogerá el itinerario que considere más oportuno, pero es preferible no perder altura y para ello nos dirigiremos hacia la collada que se divisa enfrente, como paso previo a la cumbre.

   
Esquema del nido de ametralladoras
 

   Ruinas de uno de los habitáculos
     



       
 
Pero, si tal y como se aconsejó previamente, se prefiere no internarse por el urzal en busca de las construcciones y al mismo tiempo nos disuade de llegar a la cumbre del Corollo, tan cercana, el espesísimo matorral, y puestos sobre aviso previamente, no dudaremos en coger otra opción para llegar hasta ese pico, que aunque más larga resulta menos sufrida y tediosa. Para ello retornaremos hasta la Cruz del Monte.
Desde la cruz nos situamos mirando al oeste e iremos al encuentro de una pista cercana que se dirige sin perdida de altitud hacia una collada próxima (1.311 m) y a la que llegaremos en pocos minutos. Es esta pequeña collada herbosa un precioso lugar, lleno de paz y con amplitud de vistas desde la que se puede descender de frente hacia la nueva carretera de la mina Tabliza. Desde aquí sale una nueva pista en descenso decidido pero que no debemos tomar. Por el contrario lo haremos por otra que sale hacia la derecha (NNO) con fuerte inclinación al principio y que poco más tarde nos permitiría -dado que se asoma a la cabecera de una pronunciada vallina- descender por el conocido como Monte La Vara hacia la famosa fuente de Fonfría, junto a la nueva carretera de la mina de Tabliza. La pista sigue subiendo bordeando por poniente una elevación hasta que nos deposita sobre la collada sur del Corollo, situada a 1.373 m de altitud.


 
Esta collada nos coloca de nuevo a la entrada de la Cuencha del Arco y al fondo, un poco a la derecha vemos la collá del mismo nombre. Hemos dado un gran rodeo para evitar el urzal que nos separa de ella, pero ya está hecho, así que, no queda más que encararnos al norte y atravesar un nuevo matorral, aunque este menos dificultoso por ser más pequeño, y al salir de él nos situamos ya en terreno muy cercano a la cumbre del Corollo, formada por una pequeña elevación rocosa que sobresale sobre el terreno circundante.
Alcanzamos la cima de 1.401 m de altura y nos dispondremos a tomar un merecido descanso, dejando vagar la vista por un sin par paisaje. Al norte se desploma la pared sobre Collá Gudina y al fondo se alcanza a ver desde el cercano Cueto de Llombayesca (1.462 m) hasta el pico Monte Pié (1.654 m) y el conjunto calcáreo de los picos Machacáo (1.953 m) y Machamedio (1.933 m) en la zona de los Argüellos y para ser más exactos, en términos de Villamanín y Cármenes.

La Cuencha del Arco y zona de habitáculos de la guerra civil.
   

 

Al levante se puede disfrutar placenteramente de la escarpada estampa del pico Polvoredo (2.007 m) y más lejano, el pico Valdorria (1.923 m) y la singular peña Galicia (1.659 m), y más cercano el valle que desde Collá Gudina desemboca en el núcleo rural de Orzonaga; así como la línea que separa tan claramente la llanura de las primeras estribaciones de la cordillera cantábrica. Al sur se extienden esas llanuras con leves elevaciones que resultan algo monótonas.

 
   
Vista hacia el E desde El Corollo

 

Por último, al poniente, la cercana peña El Castro (1.429 m) a cuya falda norte se asienta Llombera, que desde esta posición muestra uno de sus más bellas estampas. Más allá el hermoso cordal que desde el pico Fontañán (1.632 m) se eleva hasta el pico Amargones (1.897 m) y continuando éste, hasta el lejano Cerro Pedroso (1.914 m), ya sobre la Collada de Aralla.
Para el regreso escogeremos la ruta habitual de ascensión a esta cumbre. Nos pondremos mirando hacia Llombera y en esa dirección caminaremos con tendencia a bajar en diagonal sorteando un rebollar que dejaremos a nuestra izquierda. Al poco iremos caminando sobre un terreno rocoso inclinado hacia la derecha y debemos seguir las vetas rocosas hacia el oeste hasta encontrar que a la izquierda se forma un pequeño muro. Nos acercaremos a él y el terreno ahora desciende más decidido hacia un grupo de fayas al que debemos llegar.
Una vez al lado de estas, cambiaremos bruscamente el rumbo torciendo hacia el norte para internarnos entre las fayas en pronunciado descenso. Hay que prestar atención en este tramo ya que estamos entrando en la inclinada Fuei de las Fayas que habíamos visto desde abajo en la collá Gudina, y debido al fuerte desnivel que salva, así como a la cubierta de hojas que tapiza el suelo propio de los faedos, el paso representa una cierta dificultad, siendo raro el llegar abajo sin habernos sentado sobre las hojas de manera involuntaria o haber evitado un resbalón. Escogeremos la mejor manera de ir descendiendo y a la mitad de la fuei nos desviaremos ligeramente hacia la derecha, buscando un tramo menos inclinado que el que tenemos de frente y a la izquierda. Unos metros más y de nuevo de manera directa bajaremos hasta que sin casi darnos cuenta pasaremos junto a la última faya y de pronto estaremos a campo abierto otra vez. Collá Gudina se encuentra ligeramente a la derecha y llegar hasta ella es cuestión de poco tiempo, pero no la alcanzaremos sin librarnos de algún rasponazo o pinchazo en las piernas producidas por las mortificantes espinas de los Carrapiellos que casi tapizan en su totalidad lo que antaño fue una pradera y que nos habían pasado desapercibidos al salir satisfechos del umbrío faedo. Una vez en la collada, se retorna a Llombera por camino ya conocido.

 

Vista hacia el O desde El Corollo