Excursión
Llombera--El
Corollo
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Directo desde el nido de ametralladoras al Corollo
por los habitáculos de la guerra civil: |
Tiempos: |
Parcial |
Acumulado |
Llombera
1.240 m. |
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0’00
h |
Collá Gudina 1.235 m. |
30’ |
0’30
h |
Mayaón |
15’ |
0’45
h |
Cruz del
Monte |
17’ |
1’02
h |
Ametralladora
y trincheras |
10’ |
1’12
h |
Cumbre
del Corollo 1.401 m. |
25’ |
1’37
h |
Collá
Gudina |
20’ |
1'57
h |
Llombera |
33’ |
2’30
h |
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Variante desde el nido de ametralladoras rodeando
por el sur y oeste hasta la cumbre del Corollo: |
Tiempos: |
Parcial |
Acumulado |
Ametralladora y trincheras |
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1’12 h |
Cruz del Monte |
5’ |
1’17
h |
Collado al O de la Cruz 1.312 m |
9’ |
1’26
h |
Collado sur del Corollo 1.373 m |
10’ |
1’36
h |
Cumbre del Corollo 1.401 m |
8’ |
1’44
h |
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Vista de buena parte de la
ruta desde la cima de la Peña El Castro
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Tomaremos como punto de salida el crucero de piedra aledaño
a la iglesia, donde aprovecharemos para llenar de agua la
cantimplora. Emprendemos la marcha por la empinada calle
hasta el cruce con otra que toma dirección este,
dedicada al natural del pueblo, Benito Gutiérrez
Martínez, uno de los fundadores del
Sindicato Minero de León y Palencia y posteriormente
de UGT en la comarca. Aquí, en el lugar conocido
como “El Cepo” se inicia uno de los brazos irregulares
de la cruz, que tal parece, cuando se contemplan las construcciones
que conforman Llombera desde la cima de la Peña El
Castro. La calle, con nula inclinación, se adentra
en el barrio de La Cuesta, viendo como los prados de siega
se hunden a nuestra derecha. |
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Debemos
dejar atrás todas las casas y pasar junto a un depósito
de agua con un pilón adosado. Es aquí donde
debemos prestar atención para encontrar el casi desaparecido
camín de Los Gamonales. Para ello
seguiremos una treintena de metros por el camino
carretero por el que estamos transitando y
nos detenemos sobre su borde derecho. Si no descubrimos
a la primera el inicio del sendero que desciende en diagonal
hacia el E, puede servirnos de referencia para no equivocarnos,
fijar la vista en dos altos chopos muy cercanos entre sí
y situados en la ladera que desciende desde el margen del
camino que venimos siguiendo. Pues bien, hacia esos chopos
se dirige el sendero pasando a su vera izquierda después
de sortear escobas y zarzas. Una vez dejados atrás,
seguimos avanzando diagonalmente en pausado descenso encontrando
a tramos restos del sendero. De esta guisa pasaremos muy
cerca de una pequeña escombrera de carbón,
restos del chamizo que se explotó en tiempos lejanos.
Más tarde llegaremos a una zona llana, donde, a pesar
de estar cubiertos casi por completo de escobas y espinos,
se puede apreciar las tierras que hace años se dedicaron
a la siega y mucho antes al cultivo de secano. |
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Estamos
en Los Gamonales y al llegar al otro
extremo nos topamos con un poste de cemento de un metro
y medio de altura, al que en su día se encontraba
fijado un madero que sustentaba
la antigua línea de traída de luz a Llombera.
Hoy en día sólo quedan estos restos que
a intervalos regulares se adentran en los praos de Las
Llanas y se dirigen al barrio abajo, dónde se ubicaba
en esos días el transformador eléctrico.
"Al dejarlo
atrás", el sendero desciende de nuevo y ya
se divisa cercana la pequeña afloración
rocosa que es atravesada de parte a parte por la conocida
como La Cueva’l Río.
Desde nuestra posición, la manera más fácil
de adentrarse en ella, es dirigirse hacia la parte alta
de las rocas, donde, casi oculta por la maleza se abre
una pequeña oquedad que obliga a ponerse de cuclillas
para traspasarla, aunque inmediatamente el suelo se hunde
permitiendo erguir la postura. A dos metros, las paredes
tuercen a la derecha bruscamente y se estrechan, dando
paso a una sala mucho más amplia que forma la entrada
propiamente dicha de la cueva.
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Cueva'l
Rio |
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A
escasos metros se sitúa la nueva carretera a la mina
de Tabliza, que en este tramo sigue fielmente el trazado
del antiguo camino al valle Fenar. Llegados a ella, debemos
seguirla en ascenso hacia el norte por poco trecho, pues
a cincuenta metros nace a la derecha un camín carretero
que se dirige a Orzonaga. Nos internamos por él subiendo
ligeramente por el tramo conocido como la
Cuesta’l Molín.
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Ahora
el camín tuerce en cerrada curva a la izquierda y
escasos minutos después nos topamos a su vera con
la cuidada Fuente La Canal, que nace escasa
de caudal a ras del suelo. Seguimos adelante entre rebollas
que jalonan el camino y si no estamos atentos pasaremos
de largo junto a la Cueva’l Melón,
situada encima del camino, pero que para poder verla, debemos
tornar la mirada atrás una vez superada su ubicación.
Resulta no ser más que dos enormes losas de roca
que se apoyan mutuamente en su vértice superior,
pero aún así, comparte el nombre con un pago
y un vallín. |
Fuente la Canal |
Cueva'l Melón |
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Nos
vamos acercando a la base norte del Corollo,
donde destaca entre las rocosas paredes un corredor de
vegetación que, vertical, de arriba abajo, lo separa
de la también rocosa Peña La Carba
situada a poniente. Este corredor, conocido como la Fuei
de las Fayas, es el que vamos a utilizar en el
descenso de la cumbre del Corollo, pero que normalmente
es usado como ruta principal de subida en el caso de ser
nuestra meta únicamente el ascenso a esa cima.
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Así, hemos llegado a Collá Gudina
(1.235 m) y nos internamos en suave descenso en tierras
de Orzonaga, donde pocos metros después aparece a
la izquierda un camín carretero convertido ahora
en pista que pasaremos de largo. De nuevo a escasos metros,
donde el camino que seguimos tuerce a la izquierda, se inicia
una senda amplia que se interna de frente y decididamente
en el faedo d'Orzonaga. Es
el momento de abandonar el camino y adentrarnos en el bosque
siguiendo esta senda. Será este tramo sin duda, uno
de los más hermosos de la ruta, ya que el faedo es
hermosísimo, espeso, sombrío, húmedo,
con el suelo cubierto de un buen manto de hojas, con ejemplares
de fayas de gran porte, de múltiples y amedrentadores
brazos con retorcidas y fantasmagóricas formas; con
un techo cubierto de follaje móvil que deja entrar,
a capricho, escasos y furtivos rayos de luz. El ensueño
termina cuando la senda se topa de pronto con una empinada
ladera sin vegetación. Aquí parece que se
quiere bifurcar la senda y para no errar el camino, cogeremos
el que sigue a un nivel superior, es decir, el de la derecha.
Sin casi rastros de senda, vamos superando la ladera en
diagonal para pasar junto a un buen ejemplar de faya que
da comienzo a una zona llana conocida como El Mayaón,
donde hoy campan por sus respetos las zarzas, espinos y
arbustos mil que casi cubre por completo el lugar impidiendo
apreciar lo que antaño era una majá (majada)
con praos de forraje.
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Es
esta antigua majada, un lugar donde merece la pena detener
el paso. Tal parece un remanso de paz inesperado; una balsa
plácida de luz que se deja mecer por el abrazo cómplice
del bosque que la acuna en su mismo seno. El faedo se abre
para que podamos contemplar el hermoso valle de
Llaneces que discurre hundido, entre un espeso
rebollar en la solana y el faedo que se extiende al abeséo.
En esta singular atalaya; en esta amplia terraza abierta
al abismo que deja descansar su espalda en la rocosa pared
norte del Pico del Águila, podemos
disfrutar de una magnífica vista donde destaca sobremanera
el Pico Polvoredo, tanto por sus 2.007
m. de altitud como por su blanquísima roca caliza,
y que, hacia poniente, hacia nosotros, va inclinando su
altivez para acabar besando extasiado las procelosas aguas
del Torío en la estrechura de las Hoces de Vegacervera.
Mirando más cerca, es una pena que los pliegues del
terreno nos oculten en lo profundo del valle, en el recodo
más angosto, el emplazamiento de las ruinas de la
Ermita de San Mamés. A pesar de ello, afinando la
vista, se puede uno aproximar bastante con tan sólo
mirar al ENE, muy por debajo de nuestro emplazamiento, donde
descubriremos dos pequeños y oscuros montículos
que sobresalen a duras penas entre la floresta. Una vez
hemos dado con ellos, calculemos 20 metros por debajo de
su nivel y 150 metros a la derecha, al ESE, en un recodo
umbroso que se cierra en semicírculo en la misma
ladera en que nos encontramos.
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Después
de dejar vagar la imaginación tan libremente, retomaremos
la marcha y para ello, nos dirigimos hacia el lado opuesto
al que entramos en el Mayaón, y para ello encaminando
el paso hacia los primeros ejemplares del bosque, dejando
a la derecha serbales o caputres y algún que otro
mostajo de amplia copa, tan fáciles de identificar
éstos, gracias al marcado contraste entre el verde
oscuro de la cara y el gris blanquecino del envés
de sus hojas. De nuevo nos envuelve el claro-oscuro del
faedo y allí mismo damos con una senda de herradura
que se dirige hacia el sur en primera instancia, para poco
después, en cerrada curva a la izquierda tornar al
este al mismo tiempo que se yergue en moderada ascensión.
Casi sin darnos cuenta abandonamos el faedo superándolo
en altura y durante unos pocos metros vamos bordeando un
pequeño rebollar a nuestra derecha hasta situarnos
a 1.245 m de altitud sobre un plácido lomo que da
vista ya al valle Fenar, un poco por encima de una collada
nombrada en algunos mapas “Collá Tomicón”
y en otros “Colláo Cimero”.
Este baile de topónimos no debe confundirnos en absoluto
pues la ruta no presenta dificultad en este tramo. Tan sólo
hemos de tener en cuenta que, una vez superado el faedo
y dado vista al valle Fenar, y sin necesidad de pisar esa
collada, veremos a nuestra derecha el inicio de una pista
por la que nos internaremos que va ganando altura de manera
decidida entre rebollas y en clara dirección SSO. |
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Mostajos, Caputres y Fayas en
el Mayaón |
Cuando la pista muere nos deja sobre una extensa ladera
inclinada hacia el sur. Es el momento de atravesarla en
dirección oeste sin ganar ni perder altura. Al poco
hemos de descubrir -si prestamos un poco de atención-
que un poco por debajo del límite del rebollar que
nos supera en altura, aparece entre las hierbas una roca
blanca de extraño aspecto, ángulos regulares
y tamaño escaso. De no estar sobre aviso, posiblemente
superáramos su emplazamiento sin percatarnos de ella
y así, tal vez no tendríamos conocimiento
de la tragedia que quiere recordar, de la concatenación
de infortunios de los que da cuenta y los sentimientos de
dolor, tristeza, pérdida y añoranza que, imperecederos,
están fundidos con la roca misma.
Declarando de antemano la carencia de veracidad inequívoca
que permita describir los acontecimientos con absoluta certeza,
y al mismo tiempo intentando no herir susceptibilidades
por falta de rigor, es por lo que a continuación
se da cuenta muy someramente de la “leyenda”
que se conserva sobre el particular:
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Un
mozo fue testigo involuntario de lo que mejor no hubiera visto
y sus protagonistas, asustados por la repercusión que
la noticia podría acarrearles, reaccionaron con furia
y una casualidad, harto improbable, quiso que su acto irracional
a distancia, tuviera como desenlace fatal la muerte del mozo.
Allí donde cayó sin vida, se levantó
esta cruz en su memoria. |
Epitafio
de la Cruz del Monte |
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Es
la conocida como “La Cruz del Monte”.
Un hito imprescindible de la hermosura de estas tierras
y la magia que atesoran; de visita obligada para quien pretenda
conocer los rincones más singulares de estas montañas;
punto de atracción inevitable para quienes gustan
de la soledad, del recogimiento interior, de la austera
belleza del monte aislado y perdido. Por si ello fuera poco,
alcanzar este lugar está lejos de representar dificultad
alguna, siguiendo tan sólo las indicaciones señaladas
en las líneas precedentes. |
Añadir por último y a modo de triste epílogo,
el profundo deseo y la emoción contenida que obliga
a dar un toque de atención a cuantos acudan a este
emblemático lugar siguiendo las indicaciones de esta
ruta: No os dejéis llevar por la inconsciencia y
la falta de respeto para con esta cruz, que, como podréis
todos observar jalonan tristemente su fachada a modo de
dos grandes heridas supurantes producidas por proyectiles
de rifle. Quisiéramos creer que su autor actuó
movido por su irrefrenable deseo de matar a cualquier mamífero
o ave que pululara por el lugar y que debido a su lamentable
puntería, fue a dar en la cruz. En modo alguno quisiéramos
pensar que el verdadero motivo de estas amputaciones en
la cruz, se deben a la abulia del mal cazador que no acepta
regresar al hogar sin haber disparado tan sólo un
tiro, o a la falta de madurez permanente con que algunos
vienen al mundo.
Nuestra
siguiente meta en la ruta nos llevará al muy cercano
en el espacio y lejano en el tiempo “frente de
la guerra civil española”, con restos
de trincheras abiertas, y un bunker o nido de ametralladoras,
así como una línea de habitáculos construidos
en piedra y al resguardo de la ladera. Este tramo del frente,
en cuando a lo que alcanza nuestro escaso conocimiento en
la materia, sigue la línea de marcada dirección
este-oeste, desde aquí pasando por la peña
El Castro en Llombera y hasta el pico Fontañán
sobre la localidad de Nocedo de Gordón, aprovechando
las primeras estribaciones de la cordillera Cantábrica.
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Marcan
un periodo amargo de nuestra historia pero no por ello es
de recibo el lamentable estado de abandono en que se encuentra
este tramo en concreto, y tal parece que el sentir colectivo
los está condenando a su completo olvido, adelantándose
a la feraz naturaleza que los cerca implacablemente. Viene
a cuento lo anterior, por cuanto en el año 1992 era
posible encontrar sin dificultad alguna la trinchera principal
que conducía directamente al nido de ametralladoras,
algo que en el año 2006 resulta complicado. En aquellos
días, desde el nido de ametralladoras se divisaba
perfectamente el valle Fenar y ahora, una espesa mata de
jóvenes rebollas impide ver más allá
de la primera línea de arbustos. Además, la
trinchera principal se hundía hasta casi las rodillas
y hoy, hay que esforzar mucho la vista y principalmente
la imaginación para rastrear por dónde continúa
entre tanta rebolla y tanta urz.
Pues bien, la línea cumbrera esconde pegado a sus
rocas cimeras y al resguardo del fuego enemigo, una serie
de construcciones de escasa entidad que en la actualidad
son meras ruinas, pero que podemos suponer, en su día
sirvieron para el refugio, el descanso y el resguardo de
las inclemencias, y tal vez, para el acopio de víveres,
utensilios y material de guerra.
En el mentado año de 1992 era posible pasar por todas
ellas en dirección a la cumbre del Corollo, visible
bien cerca, sin otra dificultad que andar con tiento entre
las rocas sueltas que antaño formaron parte de esos
habitáculos. En aquel año eran visibles los
restos aún en pie de 8 construcciones y de otras
10 en los que se apreciaba la disposición rectangular,
casi cuadrada de las primeras piedras que servían
de base a sus muros. Hoy por contra, su tránsito
es agobiante y en extremo dificultoso debido al casi impenetrable
urzal que lo cubre en su mayor parte y que es ayudado en
su función de impedir el paso, por matas abigarradas
de jóvenes rebollas. Tras mucho bregar, sudar, y
sufrir múltiples arañazos; guiados únicamente
por la intuición y el recuerdo, sólo pudimos
dar con una de ellas. En su interior, antes libre de vegetación,
prosperaban ahora varias rebollas y muchas otras la rodeaban
por completo.
Hoy en día, recorrer este tramo resulta absolutamente
desaconsejable, mereciendo la pena el sufrimiento que conlleva
su tránsito, exclusivamente para quien se sienta
poseído por el ansia de conocimiento o quien sufra
de la sed imperecedera del explorador incansable, o por
aquellos otros que por motivos familiares se vean impelidos
a cumplir con el rito de la memoria. |
Para el
resto, acuciados por el tiempo o cualesquiera otra excusa,
existe una variante para poder llegar a la cumbre del Corollo
sin padecer los suplicios con los que el tiempo, ayudado por
la naturaleza, está dispuesto a obsequiar a quienes
cerrilmente no se avienen a dejar sumidos en el olvido los
restos de la contienda fraticida. Primero
vamos a intentar hallar el nido de ametralladoras y para
ello lo mejor es encontrar alguna de las trincheras que
desembocan en ella. Así pues, nos colocaremos mirando
al norte desde la ubicación de la Cruz del Monte.
Entre el joven rebollar se abre una trocha a modo de cortafuegos
por el que nos adentraremos y a escasos metros la pista
se divide, debiendo tomar la que sigue de frente, dejando
el ramal de la izquierda. Más arriba, muy cerca de
la Collá del Arco, de nuevo se divide
la pista, debiendo ahora seguir por la que sale a la izquierda
en ligera ascensión y pasando de largo el ramal que
a la derecha desciende suavemente. Ya estamos sobre la collada
que da paso y vista a la amplia Cuencha del Arco
que se abre entre la cumbre del Corollo a nuestra izquierda
y la del pico del Águila a la derecha y se hunde
hacia la fuei del mismo nombre en busca del valle Llaneces.
Desde esta posición se ve un lleral
(pedregal) hacia el oeste que delata el emplazamiento
de las construcciones a las que se hizo mención anteriormente;
al igual que el cierre arbustivo que todo lo rodea. |
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Una
esquina del nido de ametralladoras |
Ahora es el momento
de buscar y rebuscar intentando dar con los escasos indicios
de la trinchera.
Hace tres quinquenios la trinchera principal cruzaba esta
collada en dirección al pico del Águila,
pero hoy no queda casi recuerdo de su existencia. A nosotros,
asiduos visitantes del lugar, nos resulta harto difícil
reconocer los atisbos de su ubicación entre tanta
maleza, por lo que optaremos por abandonar la collada para
intentar dar con uno de los ramales de la trinchera principal
que sea más fácil de localizar. Para ello
tornaremos por el cortafuegos exactamente 25 pasos y con
mucha atención repararemos en su borde oeste -ahora
a nuestra derecha- con lo que parece una estrecha vereda
de animales que escasamente se abre entre el urzal. Nos
meteremos por ella y nos descubriremos de pronto caminando
con mucha dificultad por lo que parece una senda hundida
en el terreno. ¡Por fin!. El cortafuegos ha destruido
unos metros de la trinchera pero a cambio, y sin que sirva
de consuelo, nos permite localizarla más cómodamente.
La seguiremos en clara dirección oeste y al cabo
de una cincuentena de metros nos situará sorpresivamente
en el emplazamiento de una construcción de cemento
situada a ras de suelo. Rodeados por un espeso matorral,
sin casi poder reconocer el entorno, nos daremos cuenta
gracias al recuerdo, que estamos por fin en el punto más
importante de las trincheras, el nido de ametralladoras.
Esta pequeña construcción de la guerra civil,
conserva únicamente la planta de piedra y cemento
hasta el nivel del terreno en que está empotrado,
permitiendo ver su forma perfectamente. Hasta un cierto
nivel se ha ido depositando tierra en su interior pero sin
llegar a colmatarlo. La trinchera principal sale desde la
parte norte del nido y se dirige al NNE, pero desaparece
poco antes de llegar a la collada ya mencionada, lo que
dificulta dar con ella desde allí.
Una esquina del nido de ametralladoras
Como segundo paso, intentaremos
llegar hasta alguna de las construcciones de las que repetidamente
hemos hablado y para ello lo mejor es situarnos de nuevo
en la collá del Arco (1.347 m),
desde donde nos dirigiremos hacia el oeste, procurando estar
lo más cerca posible de la cresta con ligera tendencia
hacia la cuencha del Arco y para ello, debemos adentrarnos
en un urzal con ejemplares que superan en altura a una persona.
Tras ímprobos esfuerzos para atravesar la maleza,
alcanzaremos uno de los dos llerales (pedregales) que aún
resisten como lagunas de luz en el mar proceloso y vegetal.
Allí, para dar con las construcciones ya mencionadas,
debemos subir hasta la parte más alta, donde con
mucha suerte toparemos con los restos de alguna de las 18
que se podían visitar sin dificultad alguna hace
años.
Como la ruta nos lleva a la cumbre del Corollo,
y ésta se divisa perfectamente, cada cual escogerá
el itinerario que considere más oportuno, pero es
preferible no perder altura y para ello nos dirigiremos
hacia la collada que se divisa enfrente, como paso previo
a la cumbre.
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Esquema
del nido de ametralladoras |
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Ruinas
de uno de los habitáculos |
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Pero,
si tal y como se aconsejó previamente, se prefiere
no internarse por el urzal en busca de las construcciones
y al mismo tiempo nos disuade de llegar a la cumbre del
Corollo, tan cercana, el espesísimo matorral, y puestos
sobre aviso previamente, no dudaremos en coger otra opción
para llegar hasta ese pico, que aunque más larga
resulta menos sufrida y tediosa. Para ello retornaremos
hasta la Cruz del Monte.
Desde la cruz nos situamos mirando al oeste e iremos al
encuentro de una pista cercana que se dirige sin perdida
de altitud hacia una collada próxima (1.311 m) y
a la que llegaremos en pocos minutos. Es esta pequeña
collada herbosa un precioso lugar, lleno de paz y con amplitud
de vistas desde la que se puede descender de frente hacia
la nueva carretera de la mina Tabliza. Desde aquí
sale una nueva pista en descenso decidido pero que no debemos
tomar. Por el contrario lo haremos por otra que sale hacia
la derecha (NNO) con fuerte inclinación al principio
y que poco más tarde nos permitiría -dado
que se asoma a la cabecera de una pronunciada vallina- descender
por el conocido como Monte La Vara hacia
la famosa fuente de Fonfría, junto
a la nueva carretera de la mina de Tabliza. La pista sigue
subiendo bordeando por poniente una elevación hasta
que nos deposita sobre la collada sur del Corollo, situada
a 1.373 m de altitud.
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Esta
collada nos coloca de nuevo a la entrada de la Cuencha
del Arco y al fondo, un poco a la derecha vemos
la collá del mismo nombre. Hemos dado un gran rodeo
para evitar el urzal que nos separa de ella, pero ya está
hecho, así que, no queda más que encararnos
al norte y atravesar un nuevo matorral, aunque este menos
dificultoso por ser más pequeño, y al salir
de él nos situamos ya en terreno muy cercano a la
cumbre del Corollo, formada por una pequeña
elevación rocosa que sobresale sobre el terreno circundante.
Alcanzamos la cima de 1.401 m de altura y nos dispondremos
a tomar un merecido descanso, dejando vagar la vista por
un sin par paisaje. Al norte se desploma la pared sobre
Collá Gudina y al fondo se alcanza
a ver desde el cercano Cueto de Llombayesca
(1.462 m) hasta el pico Monte Pié
(1.654 m) y el conjunto calcáreo de los picos Machacáo
(1.953 m) y Machamedio (1.933
m) en la zona de los Argüellos y para ser más
exactos, en términos de Villamanín y Cármenes.
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La
Cuencha del Arco y zona de habitáculos de la guerra
civil. |
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Al
levante se puede disfrutar placenteramente de la escarpada
estampa del pico Polvoredo (2.007 m) y
más lejano, el pico Valdorria (1.923 m) y la singular
peña Galicia (1.659
m), y más cercano el valle que desde Collá
Gudina desemboca en el núcleo rural de Orzonaga;
así como la línea que separa tan claramente
la llanura de las primeras estribaciones de la cordillera
cantábrica. Al sur se extienden esas llanuras con
leves elevaciones que resultan algo monótonas. |
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Vista
hacia el E desde El Corollo |
Por
último, al poniente, la cercana peña
El Castro (1.429 m) a cuya falda norte se asienta
Llombera, que desde esta posición muestra uno de
sus más bellas estampas. Más allá el
hermoso cordal que desde el pico Fontañán
(1.632 m) se eleva hasta el pico Amargones (1.897
m) y continuando éste, hasta el lejano Cerro
Pedroso (1.914 m), ya sobre la Collada
de Aralla.
Para el regreso escogeremos la ruta habitual de ascensión
a esta cumbre. Nos pondremos mirando hacia Llombera y en
esa dirección caminaremos con tendencia a bajar en
diagonal sorteando un rebollar que dejaremos a nuestra izquierda.
Al poco iremos caminando sobre un terreno rocoso inclinado
hacia la derecha y debemos seguir las vetas rocosas hacia
el oeste hasta encontrar que a la izquierda se forma un
pequeño muro. Nos acercaremos a él y el terreno
ahora desciende más decidido hacia un grupo de fayas
al que debemos llegar.
Una vez al lado de estas, cambiaremos bruscamente el rumbo
torciendo hacia el norte para internarnos entre las fayas
en pronunciado descenso. Hay que prestar atención
en este tramo ya que estamos entrando en la inclinada Fuei
de las Fayas que habíamos visto desde abajo
en la collá Gudina, y debido al fuerte desnivel que
salva, así como a la cubierta de hojas que tapiza
el suelo propio de los faedos, el paso representa una cierta
dificultad, siendo raro el llegar abajo sin habernos sentado
sobre las hojas de manera involuntaria o haber evitado un
resbalón. Escogeremos la mejor manera de ir descendiendo
y a la mitad de la fuei nos desviaremos ligeramente hacia
la derecha, buscando un tramo menos inclinado que el que
tenemos de frente y a la izquierda. Unos metros más
y de nuevo de manera directa bajaremos hasta que sin casi
darnos cuenta pasaremos junto a la última faya y
de pronto estaremos a campo abierto otra vez. Collá
Gudina se encuentra ligeramente a la derecha y llegar hasta
ella es cuestión de poco tiempo, pero no la alcanzaremos
sin librarnos de algún rasponazo o pinchazo en las
piernas producidas por las mortificantes espinas de los
Carrapiellos que casi tapizan en su totalidad lo que antaño
fue una pradera y que nos habían pasado desapercibidos
al salir satisfechos del umbrío faedo. Una vez en
la collada, se retorna a Llombera por camino ya conocido.
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Vista
hacia el O desde El Corollo
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